25 de Noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género.
Hoy se celebra en todo el mundo el Día Internacional contra la Violencia de Género. Todos sabemos que esta es una de las peores lacras de las sociedades, independiente de latitudes, religiones y clases sociales que se rige por el instinto primitivo de la dominación. Pero es también un problema muy complejo cuya solución incumbe y atañe a TODA la sociedad.
Y por eso hoy yo también quiero aportar mi granito de arena a favor de una causa con la que, como mujer que soy y como víctima hipotética, me siento realmente identificada.
Además hace ya unos años, escuché el relato en primera persona de una historia que me puso los pelos de punta y me hizo sentir, como en una peli de terror, lo difícil que es pensar para encontrar la salida de ese laberinto en el que viven las personas que lo sufren en silencio…
Digamos que aquella tarde que parecía ser una tranquila tarde de invierno, compartiendo como tantas veces, confidencias café y sofá con una amiga, acabo siendo una tarde muy distinta de todas las demás. Después de tantos años de conocernos esa fue la primera vez que ella se atrevió a contarme en infierno en el que vivía y del que no sabían como salir.
No podía evitar llorar mientras me contaba que tenían miedo de su padre. Decía que no eran capaces de dormir por las noches porque cada vez que su se padre se levantaba a beber o al baño pensaban que cogería uno de los cuchillos de la cocina o quizás abriría la llave del gas, y cumpliría esas palabras que había dicho tantas veces. Me explicaba que ya no sabían que hacer para que no se enfadase, y que su madre estaba desesperada y hablaba incluso de suicidio…
Las cosas siempre habían ido mal en su casa, - decía -, y que ella, desde que tenía uso de razón, pensaba que lo mejor era se separasen y por eso cada noche, cuando rezaba le pedía a Dios que sus padres se separasen, pero que en los últimos meses las cosas iban de mal en peor. Nunca habían vivido entre tanta tensión y violencia contenida y por eso esta vez sentían miedo…
Yo no daba crédito a lo que oía, estaba completamente asombrada con sus palabras y sobre todo me sentía muy mal por no haber entendido sus silencios y sus rencores. Sabía que sus padres no se llevaban muy bien y ella solía decir que nunca había sentido esa admiración que sienten las niñas por sus padres. Tampoco sabía mucho más porque evitaba hablar de su padre aunque si hablaba del resto de la familia.
Después de tranquilizarse un poco empezó a llorar de nuevo. Decía que no sabía lo que le estaba pasando porque ella siempre había sido una persona pacífica, que creía en Dios y defendía la vida pero que a veces deseaba que su padre se muriese o … Dijo que odiaba a su padre y que dudaba de que alguna vez lo hubiese querido.
Dejó de llorar y estuvo un buen rato en silencio. Yo no me atreví a decir nada porque la verdad es que yo no sabía que decir. Finalmente mi instinto me hizo abrazarla y volvió a llorar de nuevo pero por fin me miró y dijo: “Nunca nos ha puesto la mano encima pero tampoco recuerdo que nunca haya venido a darme un beso o un abrazo, ni tampoco lo recuerdo nunca en actitud cariñosa con mi madre. Dudo que ella lo quiera porque le tiene miedo. El amor y el miedo son dos cosas incompatibles”.
Entonces le pregunté que pensaban hacer, si iban a denunciarlo, porque me parecía lo más adecuado. Y dijo que no, porque su madre tenía miedo a las represalias, sabía que eso lo pondría furioso y además les habían dicho que sino había sangre de por medio era muy difícil que la justicia haga nada. Luego dijo que a cuando se enfrentaba a su padre por defender a su madre o a sus hermanos, intentaba alejar el miedo pensado “si esta vez me pega, al menos tendríamos una prueba para librarnos de este infierno,” aunque sabía que si su padre le pegaba una paliza, con la fuerza que tenía, podría no vivir para contarlo.
Esta historia me hizo entender muchas cosas imposibles de entender y a ponerme en la piel de las muchísimas mujeres que sufren malos tratos en silencio. Por desgracia, algunas de esas mujeres, jóvenes y de la tercera edad, españolas y extranjeras, casadas y solteras, acaban perdiendo el anonimato para engrosar la lista de muertas víctimas de violencia doméstica.
Cada vez que oigo en los telediarios un nuevo caso de violencia tengo miedo de ver su imagen en la pantalla.