13 abril, 2008

Ínyan ekta winyan. (Mujer de piedra)

A menudo solemos pensar que el nombre de una persona es algo accesorio, aleatorio y carente de importancia a la hora de definirla. Esta idea proviene de que en nuestra cultura occidental el nombre es algo que nos viene impuesto y que no hemos elegido cada uno de nosotros. Existen otras en las que no era así, como en las tribus de los indios americanos, por ejemplo. En todo caso, tendemos a pensar que el nombre de los hijos podría definir el carácter o los gustos de los padres que son, a menudo, los que eligen los nombres de sus hijos. (Omitiremos también, que en España durante muchos años existió la bonita tradición de poner a los niños los nombres de sus abuelos…) Pero contrariamente a la creencia popular, esto no es así, ya que nuestro nombre marca y define nuestro carácter mucho más que la familia en la que hayamos nacido o los amigos que hayamos tenido. Y por si no os lo creéis os contaré una historia:

Ella se llamaba Pilar, que significa columna, pilar y piedra o roca en último caso. A Pilar, su nombre siempre me había parecido que sonaba demasiado fuerte, frío y serio para una mujer joven; demasiado formal, contundente y rígido para una adolescente; demasiado gris, triste e inflexible para una niña. Todas éstas y otras muchas connotaciones de su nombre le llevaron durante años a renegar de él, recurriendo a los apelativos más usados para “las pilares”: Pili, Pilarín, Pilarica, Maripili … Pero finalmente, la vida le hizo reconciliarse con su nombre, aceptarlo con todas las consecuencias y asumir de que forma él había marcado su carácter y su pasado.

Como ya he dicho su nombre significa columna, elemento arquitectónico sustentante, y quizás por eso era y había sido un puntal fundamental para su familia. Y a pesar de ser la más joven siempre había sido un gran apoyo para sus hermanos y padres. De igual modo, sus amigos solían acudir a ella cuando necesitan un consejo y tenía un extraño imán para atraer a gente, sobre todo jóvenes que conocía en su trabajo, que se encontraban un poco desorientados en la vida y necesitaban ayuda.

Podríamos decir que pilar también de alguna manera, significa roca o piedra y como tal ella era una mujer fuerte y capaz de soportar de todo en la vida, sin venirse abajo. En muchas ocasiones, había sentido que su alma y su cuerpo eran incapaces de soportar más las cargas y responsabilidades que le habían tocado, que todo su mundo se tambaleaba, se derrumbaba y que sería destruido, y ella con él. Pero al final, aunque el universo entero se desmoronara ella seguía en pie.

Sin embargo, esta extraña capacidad de supervivencia la había hecho parecer, ante los demás, una persona fría e insensible, a la que nada ni nadie le importaba tanto como para alterar su aparente tranquilidad. Mucho (y muchos) la recriminaron por ello y llegó a ganarse el sobrenombre de “la mujer de piedra”. Aquella que ni siente ni padece, una mujer carente de emociones y extremadamente racional. La realidad era radicalmente distinta y tales acusaciones sobre su persona, totalmente injustas porque bajo el espejismo de la fortaleza se escondía su pesar, un mal endémico, que la destruía y la comía por dentro. Lenta y calladamente, como un cáncer, como la polilla y como ambos, un mal muy difícil de erradicar, la soledad.

La frialdad de la roca, en su caso una frialdad más aparente que verdadera, suponía una barrera en su relación con los demás, un muro que ambos debían franquear. Así que la mayor parte de las veces la gente no se acercaba a ella lo suficiente, o si lo hacían se alejaban antes de poder descubrir como era en realidad. La roca es demasiado rígida y carece de la flexividad necesaria para adaptarse con facilidad y rapidez a un entorno en constante cambio.

Ella deseaba que la quisiesen y que la comprendiesen pero no quería que le hiciesen daño. Pues aún las rocas más duras, se desgastan con el paso del tiempo y con la agresión del viento que sopla incansable, en dirección e intensidad variable pero siempre sobre la misma superficie que va puliendo a su antojo. Había sufrido mucho ya, la vida había jugado con ella, se había burlado y le había roto el corazón. De tanto dilatarse y contraerse, las duras rocas también se agrietan y acaban convertidas en arena. Pero incluso aquella vez y a pesar de ella misma, también sobrevivió a la tormenta y a la riada que vino después, arrancando a su paso hasta el más mínimo indicio de vida. Y fue entonces cuando descubrió que ese era su sino y se reconcilió al fin con su nombre y consigo misma.

Todo en la vida tiene un precio. Y ella debía pagar uno muy alto por la gran capacidad que la naturaleza le había regalado para renacer de sus cenizas. Llegó a asumir la soledad y a verla no como una condena sino como una fiel compañera. Ella era la única que nunca le había mentido ni fallado. Durante un tiempo se convirtió en su mejor amiga, en el amante más apasionado cuyos besos fueron el mejor remedio para curar sus heridas. Hasta que un día, como en casi todos los amores románticos, llegó la tragedia de la mano de los celos. En silencio, la soledad había ido tejiendo una tela, tapiando las puertas y ventanas de una casa en la que Pilar quedó atrapada. Y cuando ella reaccionó e intentó huir, tuvo que luchar a muerte contra su amada. Ambas quedaron malheridas.

Nuestra heroína, la mujer de piedra, prosiguió con su oscura y fría vida pero tomando prestado, siempre que le era posible, un poco del calor del sol para combatir el frío de sus noches vacías. Hasta que un día, alguien se fijó en ella.

Fue un día como otro cualquiera. Un hombre paseaba por su alrededor y al descubrirla se quedó petrificado. Primero la miró desde la distancia, un buen rato. Observó su porte y su color y pensó que podría ser una materia prima estupenda para una gran obra de arte. Imaginó qué forma podría darle y le surgieron miles de dudas. Pero no pudo evitar acercarse más y más, hasta poder sentir su textura, comprobar su dureza y su resistencia, y quedó absorbido por su sombra.

Se enamoró de ella sin su permiso y decidió que la convertiría en su gran obra de arte. Primero soñó, imaginó su escultura ya terminada y creyó que sería capaz de hacerlo. Después tomó sus medidas y comenzó a trabajar en los bocetos. Finalmente con paciencia, con cuidado y con mucho amor pero también con mano firme y a golpe de cincel le fue dando forma de mujer. La convirtió en mujer, le dio vida, y en algún momento del proceso, o ya desde el principio, el artista y su obra se fundieron en una sola cosa, en un todo, quedando unidos para siempre.

(Relato presentado y no premiado, a la VI edición del Certamen de relato corto Doris Lessing.)

¡Enhorabuena para los ganadores!